Cuando me dijeron que escribiera sobre mi experiencia en Rapsodia Negra, solo sé que pasó toda mi vida ante mis ojos, porque hay cosas en la vida que escogemos porque nos gustan y otras que heredamos, y en mi caso, son ambas.
Cuando nací en el año 71, mi familia ya hacía dos años había concebido a Rapsodia Negra, y desde luego siempre tuve que ver este ambiente y las personas que iban y venían a la institución.
He sido testiga del empeño, amor, entrega y constancia de mi abuela Romelia Grisales con esta causa, hasta convertirse en su proyecto de vida y del pasar de muchos de mis familiares por la agrupación.
Cuando bailé la primera vez en Rapsodia Negra, tenía 6 años de edad; recuerdo eran los matachines, nunca lo olvidaré porque usaba una máscara que causaba mucha risa. Desde ahí he estado bailando y desde los últimos diez años, en forma ininterrumpida.
En Rapsodia Negra conocí al que es el padre de mis dos hijas, y digo “conocí”, pero en realidad él me conocía desde que yo tenía seis años, siendo bailarín de Rapsodia Negra. De esta unión nacieron Andrea Carolina y Ximena, hoy de 20 y 18 años. Bailé en mis dos embarazos hasta los cuatro meses de gestación, naciendo también mis hijas con esta tradición que hoy continuamos llevando en nuestra sangre, porque ha sido la forma en que nuestros ancestros nos han trasmitido valores incalculables de amor, respeto, igualdad, responsabilidad, amistad, entre otros; esos valores que tanto le faltan a nuestra sociedad, para lograr vivir en paz con nuestros semejantes.
Este ha sido nuestro hobby, hasta el punto de volverse nuestro estilo de vida, la actividad que compartimos con el alma y la cual amamos profundamente. Esto sin contar con que cada uno de los integrantes de la agrupación, llega a formar parte de una gran familia, unida por el gusto al folclor.
Gracias a la estadía en Rapsodia Negra, tuve la oportunidad de moldear mi personalidad, lograr expresar con mi cuerpo todo lo que no podía expresar con palabras, debido a mi timidez, he podido conocer sitios y personas maravillosas que nunca llegué a imaginar.
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